MENCIÓN DE HONOR - 2008

DIGNA RETIRADA

Jorge Eduardo Freiría


Finalmente se produce lo temido. Sus vigías le comunican que el enemigo desembarca y sus fuerzas quintuplican los pocos hombres que tiene en el destacamento.

El capitán Bermejo Pilcomayo reflexiona. No hay tiempo para pedir refuerzos, los invasores pronto llegarán allí. Eleva su mirada hasta la cúspide de la torre, donde ondula, orgulloso, el pabellón verde y blanco. Si en algún momento pensó en disponer la retirada, al observarlo cambia de idea. Aprovechará el factor sorpresa.

Sabe que el puñado de curtidos veteranos puede superar en bravura la pobreza numérica. Los reúne y arenga. El verdiblanco pabellón les da valor.

Avanzarán, silenciosos pero motivados, por sendas que sólo sus baqueanos conocen. Da resultado lo sorpresivo. Desbandado, el adversario huye dejando en el terreno pertrechos y estandartes.

-- Ninguno se acerca en hermosura al nuestro – pondera, mientras mira con emoción y orgullo cómo flamea invicto en el campo.

-- Una narración épica, técnicamente bien presentada… no dejaría de ser interesante -- dice uno de los jurados, -- pero… ¿la bandera verde y blanca? --

Chato en tanto letras, Bermejo Pilcomayo se queda perplejo, mientras escucha cómo el autor, su autor, intenta brindar explicaciones en el marco de ese taller participativo.

-- ¿Qué tiene de malo mi bandera? Me he batido a su sombra en muchas batallas inscritas en las cicatrices que llevo; de niño soñaba con su color, pampa cruzada por nieves. ¡Y a este citadino no le gusta!

Un sujeto, papel en mano al que llama su cuento, dice que el relato escuchado no cumple la condición de verosimilitud, y se deshace en críticas competitivas.

-- ¿Pero qué dicen ahora? Desde el papel o no escucho bien o no puedo creer lo que oigo, es tan distinto cuando estoy en el campo, tan verde como mi bandera. ¡Qué lástima que no pueda liberarme de esta cárcel de letras, sentirme como cuando me describen galopando en la llanura, porque le daría su verosímil merecido.

Otros presentes corifean el intento de quitarle mérito a la epopeya de Bermejo, mientras defienden el valor de lo presentado por ellos.

-- Capitán, dice el sargento Goya, esto se puso desagradable.

-- Tranquilo sargento, Vinimos con el autor y tenemos que acompañarlo.

-- Pero los hombres, mi capitán… ¡Quieren poner orden!

-- Yo también, Goya, yo también. Pero debemos cumplir con la cortesía.

-- Como usted mande, señor – acepta sin entusiasmo. Y se retira a seguir mateando con su patrulla, que observa la pugna saboreando la yerba de patrios colores.

-- ¡Ah, no! Esto ya pasa de castaño oscuro. Ahora me cuestionan a mí y a mis hombres. ¿Cómo que con mis escasas fuerzas no podía derrotar enemigo tan poderoso? ¿Qué fue lo que hicimos entonces? ¡Y se ríen de los Goya y los Bermejo Pilcomayo!

-- ¿Escucha, mi capitán? – pregunta Goya – hablan de su apellido y el mío.

-- Sí, sargento, sí. Me parece que es porque ne saben qué decir. Prepare a los hombres, nos vamos. Contra cualquier adversidad no tenemos problema, contra el absurdo, sí. No soy instruido, pero que los contendientes opinen sobre sus adversarios, me suena a no conocer la naturaleza humana. Mejor ejecutemos un digno repliegue caballeresco.

Y así que como, en el extraño concurso, se dio el insólito caso que el cuento que estaban leyendo se quedó sin palabras, súbitamente convertido en un par de hojas en blanco.