MENCIÓN DE HONOR - 2008

FIDELIDAD

Edgardo Marcos Polero Vélez


Al principio decidí seguirlo un poco por lástima, dándome dotes de ángel guardián, y por no tener nada más importante que hacer. La vida en el campo es lenta y los ritmos son pausados, sin el vértigo de las ciudades. Se dispone de mucho tiempo libre para que divague la mente por cualquier estrella de la galaxia y el ocio nos lleva por caminos impensados.

Verlo tan delirante buscando un mundo inexistente, ideal, de hermosos valores y poco sentido común, donde se destacaban el verdadero amor, el honor y la valentía, me produjo una admiración inexplicable, incentivada por las diferencias entre nuestras personalidades.

A su lado me vi tan vulgar, tan apegado a lo concreto, a lo real, a lo tangible, tan opuesto a él, etéreo y elevado, que me sentí atraído y obligado a seguirlo incondicionalmente.

Mi vida no tiene nada de particular; nací campesino, creado entre los cerdos y los borricos, sabiondo de los ciclos de cosechas, de las preñeces de las bestias, de todos los vericuetos de la tierra, de cómo sonsacarle el mayor provecho al campo. Nunca necesité escribir, menos leer, me bastaban las historias que contaban los viejos de la aldea con toda la fantasía que podían conjugar con los pequeños elementos que les daba su entorno.

Sin embargo, rápidamente me contagió la embriaguez de este hombre, cuyo mundo inmediatamente comencé a envidiar, volviéndome obsesivo por tratar de penetrar sus pasadizos.

Quería ser parte de él, compartir sus experiencias, habitar sus continentes, ser personaje de sus historias.

Me hirió el dardo de la trascendencia, comencé a protagonizar vehemente las aventuras que nunca me hubiera atrevido antes a soñar, comencé a creer en sus palabras, inclusive ante la inminencia de una realidad que las desmentía.

Nos fuimos transvasando las almas. Él fue un poco invadido por mi consabido pragmatismo, y yo fui transfigurado con sus verdades etéreas y fantásticas.

Lo que en un momento juzgué como las patrañas de un loco, hoy lo tomo como verdades absolutas de un sabio.

Sin embargo no puedo negar que en nuestro transvasamiento los cambios que se operaron en él lo humanizaron, lo hicieron descender del pedestal desde donde me miraba, lo hicieron más normal, más terreno.

En los últimos tiempos parece haber tomado conciencia de su locura, como si reconociese su enfermedad mental, como si buscase la cura; como si se quisiera despojar del aura heroica para volver a la realidad de viejo medio chiflado, con necesidad de curarse, de bajar al suelo, de saborear lo tangible, lo concreto; y sospecho que he contribuido fatalmente con ese destino.

Lamentablemente, ahora yo padezco la enfermedad de la nobleza, del aventurerismo volátil y puro de un mundo ingrávido y sutil, ya no pertenezco a mis viejas aficiones rurales, adolezco la poesía, la flagrante fantasía y la estética de los pensamientos elevados.

He cambiado, creyendo conjurar disparates me he hundido en verdaderos ensueños, tan reales si son producto de una mente afiebrada como si calan los huesos y hieren los sentidos.

Necesito de las aventuras para poder respirar, me siento un caballero. Su promesa de nombrarme gobernador de una ínsula es una verdad inapenable, necesaria, y no puedo consentir que su palabra sea tomada como un desvarío.

Quiera quien quiera y se oponga quien se oponga, mi amo, el que me puso en el mundo, el que me dio razón de existir siempre será el caballero perseguidor de quimeras, luchador incansable contra las injusticias y reparador de entuertos, caballero incomprendido de la triste figura, Don Quijote de La Mancha.