MENCIÓN DE HONOR - 2009

LO QUE LA TIERRA UNE…
DARÍO JORGE REYES

Chau Gurí, me dijo, entonces la perdí entre la gente y las luces de la calle Corrientes.

Los dos siempre jugamos juntos. Mi recuerdo más antiguo son sus dos faroles negros, tan negros que parecían opacar hasta al lino en mediodía.
Su aliento a café con leche, parecía darme el oxígeno suficiente para todo un día de trabajo.
No recuerdo haber descubierto su piel, tal vez porque siempre fue la continuación de mi cuerpo. Nuestras cuatro manos eran sólo dos en los giros del fideo fino, y nuestras cabezas, a fuerza de vueltas carnero, siempre se adornaban con tréboles.

Así crecimos, con empanadas de su mamá y con tortas fritas de la mía.
Sus pies, en la orilla del río, se acercaban a los míos como secretos pescaditos.
Su cuerpo fue cambiando y, un poco después, el mío.
Ni siquiera, cuando mis amigos sólo jugaban entre varones, yo pude ignorarla. Cómo evitar esa sonrisa, siempre fresca, siempre carnosa, y por las noches con sabor a naranja.

El trabajo en el campo nos dio llagas que se hicieron callos, pero muy poca historia y matemática; sólo historias y cuentos.

No sé por qué aceptamos el trabajo en Buenos Aires, no sé por qué ella se adaptó, y aprendió, y siempre deseó más.

Yo no pude y nuestras manos se fueron soltando.

La tierra me llamó y no resistí.

Esa tarde sólo caminamos, después, sin llorar apuré el paso y rumbeé hacia Retiro.