MENCIÓN DE HONOR - 2009

DESPUÉS DE LA PUERTA
ROBERTO FIORENTINO

Se encontró, casi sin darse cuenta, frente a la puerta con relieves dorados. Le resultó dócil al impulso; sintió la poca gravedad de una levitación. No tuvo más remedio que entrar. Un poder de imán lo arrastró al interior.
Traspuso el dintel con desconfianza; sus pensamientos, jugando a la rayuela con la curiosidad. El miedo se interpuso. Se sintió arquitecto de pánico y asfixia. Retrocedió. Buscó evasión. El picaporte difícil de maniobrar y los cerrojos como clavados, inamovibles.
Oscuridad. Maraña de sombras, tan abigarradas que sólo permitían, como única luz, al plenilunio filtrado por las hendijas del roble. La penumbra con alineación sobre el parquet, en una perspectiva ante el misterio con esfumados hacia la suerte de un fondo sin horizonte. Las zapatillas buscaron pasos precavidos.
Algo salido de su letargo comenzó a tironearle la piel, como dedos con intención de conocimiento. El anfitrión estaba oculto. Él, ¿sería forastero, intruso o la visita inesperada? No había dolor. la violación no importaba, pero sí la claustrofobia y la estrechez del pasillo.
Avanzar significó sellar la estructura a sus espaldas. El techo se precipitó para que el infinito sumara sombras.
lo sensorial no tenía respiro. La iridiscencia en un fluir de los ojos fuera de órbita, dio motivo a sus próximos pasos. El impulso fue a entrecejo fruncido para disimular temor y frenar el salto de cualquier acecho.
Hedor y deterioro tomaron formas a través de enredaderas húmedas. De comienzo caricias, después estrangulación. En los filamentos con inquietud a esa iridiscencia pudo ver las canas volver al gris, mientras rompía telarañas con las pupilas que iban reduciendo diámetro para tantear revoque a palmas abiertas. Aspereza. Blandura o partes duras. Grietas ardiendo. Hasta hoyos. Y en los hoyos, de guardia, un enjambre de gusanos.
El eco de la presencia se adueñaba de la frotación de las suelas contra el piso. La goma salía de su reino imperceptible para conformar estridencia, un tanto siniestra. El pasillo como respuesta resolvió bifurcarse en otros con pretensión de laberinto. Las enredaderas construyeron trampas. Pudo zafar de los tramos anudados, pero no de esos abrazos sin brazos.
Sin poder detenerse entendió el seguir como algo irremediable y con resignación de vencido. Debía someterse a esa imprecisión aunque tuviera los sentidos fuera de carril. Lo incierto dominaba con estrategias que anulaban cualquier pregunta. Las suposiciones quedaban a la suerte de un tiempo sin relojes. No lograba orientarse. Otra inducción.
¿A dónde? ¿Con qué finalidad? ¿Con finalidad de fin?
EL pasillo se convirtió en salón. Suspiró al sentirse poseedor de esa amplitud añorada. ¡Fue como dejar río para vivir océano! El laberinto de pasillos fue pasado. Experimentó regocijo sin reparar en su carácter póstumo.
El presente era luz y transparencia de cristales columpiando. Vasto. Sin limitaciones. Todo modeló éxtasis aunque el destino le había significado dejar sangre a cada paso. ¡Débil, pero igual pudo correr, desplazarse, casi volar!
Encandilado no pudo reparar en la tapa del sótano. Otra vez adherencia y succión. Quedó prisionero de los remolinos de la pendiente. Otra vez pánico y oscuridad; desazón hasta dar frente al espejo convertido en lágrima y observarse reflejado. Ya no era el mismo. Había transcurrido largo tiempo. Se sucedieron varias estaciones y era evidente que la eternidad le había negado su andén. Aunque la convexidad de la lágrima mejoraba su aspecto, igual se vio decrépito, piel y hueso o huesos con jirones de piel; el resto arrugas. Los ojos dos cavernas con resabios de iridiscencia, sin nariz ni orejas y la lengua en un gesto de burla, extendida y fláccida.
Agobiado y de rodillas se deshizo en añicos y los añicos fueron cenizas sobre una calavera rota.