MENCIÓN DE HONOR - 2009

NUNCA EN DOMINGO
MARTA INÉS IMBRIALE

Tiene que admitirlo. Está enamorada, locamente enamorada.
Como una chiquilina. Ella tan segura, tan responsable, con treinta y ocho años, y unos cuantos noviazgos, olvidables todos, no cree en príncipes azules.
Él es más chico, tiene treinta y tres, y toda la dulzura del mundo.
Pelo castaño muy claro, ojos oscurísimos, y una forma de amar…
Lo había conocido un sábado, en un boliche del centro. Goza del baile tanto como ella. La sorprende aún su educación, su bien decir. El tercer sábado terminaron en un hotel. Amelia sonríe el recordar aquella noche, que se repite sábado a sábado como un ritual, ansiado por los dos.
Mariano la llama Melita y ella ríe y lo abraza.
Sólo hay una duda, una espina que cada día se torna más aguda y dolorosa.
Él nada dice acerca de su vida, de su trabajo. Amelia se abrió por completo.
Es jefa de enfermeras del hospital Ramos Mejía, vive sola, su familia es de Santa Fe y eso es todo.
Él evade las respuestas, le hace cosquillas, la besa y cambia de tema.
Pensativa llega al hospital y se sumerge en el trabajo. Entra en las salas, saluda a cada enfermo y controla la medicación.
En la puerta de terapia intensiva una mujer solloza. Amelia la abraza.
— Está muy mal, el padre Mariano vino para bendecirlo.
La puerta se abre. El sacerdote incrusta su oscura mirada en Amelia, que se apoya en la pared. El hombre busca la salida desesperado tropezando con cada escalón.
Es domingo. Amelia entra en la iglesia de la avenida Belgrano. Santa Rosa de Lima, la ve pasar muy triste, muy triste. Las lágrimas le nublan la vista.
Allá, en el altar, vistiendo su atuendo dominical, Mariano se dispone a brindar la comunión a los feligreses. Amelia avanza y se arrodilla junto a los demás.
El cuerpo de Cristo es recibido en silencio. Él no la ha visto aún. La hostia tiembla en su mano. Hay tanto dolor en los ojos oscuros.
Amelia abre la boca. Él introduce un círculo blanco y pequeño en aquellos labios que besó tantas noches hasta el amanecer.
Ella se incorpora y huye.
Un alimento consagrado navega entre hojas secas y papeles, rumbo a la alcantarilla.