PRIMER PREMIO - 2009

SKRIK*
NATALIA CECILIA LAND


-I- ZOOM

Bajo un cielo rojizo y estriado, el hombre deambula por el sendero de vallas.
Dos sujetos lo vigilan; avanzan, silenciosos, mordiendo sus pasos.
Algo perturba al hombre -¿Intuye una presencia amenazante?-
Con expresión desencajada detiene la marcha, se toma el rostro con las manos y grita.

-II- EL CREADOR

1893. Un frío mediodía de Oslo.
Tres amigos recorren los escarpados senderos de Ekeberg.
En el desolado paisaje no hay sitio para bromas. La entrecortada palabra de Edvard acaba de revelar su última tragedia personal.
Los amigos intercambian miradas, estupor. ¿Nuevamente azota a éste la muerte, la locura?
Edvard esquiva la palmada, desoye la voz. -¿Consuelo? Si en la vida no hay consuelo, sólo dolor-.
Un rayo de luz agrieta súbitamente el firmamento, arremolina las nubes y lo llama.
Edvard olvida el grupo; corre al encuentro de la imagen, del color. Arden sus pupilas y sus vísceras. Se toma el rostro con las manos y grita.

-III- LA OSCURIDAD

1938. A pesar de la crisis económica, la galería Müller rebosa de público.
Los murmullos acallan, por instantes, el sublime preludio de “Lohengrin”. (Lo siento, frau Gretchen, las virtuosas manos de Mendelssohn han sido amarradas en los días que corren).
Un hombre de barba y levita eleva una copa.
-Propongo un brindis, señores, por uno de los padres del Expresionismo, por el mayor retratista de almas que diera la pintura. Por el artista que inmortalizó con su paleta la angustia existencial del individuo. Pido un aplauso para Edvard…
Una piedra hace añicos una ventana. Suenan botas. Uniformados ocupan el recinto y desalojan la sala a golpes de puño. “Arte insolente, degenerado”-vociferan.
Un hombre se resiste.
El oficial desenfunda su pistola y apunta. El hombre se toma el rostro con las manos y grita.

-IV- EL CONSUMO

1990. Remeras, camisetas, calzoncillos. Tazas, imanes, llaveros.
Posters, murales, propagandas. Dibujos animados, películas, muñecas inflables, caretas.
En todos ellos la célebre figura andrógina y calva que, estremecida de dolor, grita.

-V- EL JUICIO

2010.
No lo he hecho por lucro. Señor juez. Tampoco he dañado la pintura como aquellos bribones de 2004.
Definitivamente, me he fastidiado. Día tras día, desde mi puesto de trabajo, he visto llegar oleadas de turistas que inundan las salas con sus cámaras y comentarios vulgares.
No pude más. Fue para salvarla. ¿Acaso no he sido nombrado custodio oficial del museo por las autoridades?
Que no le quepa duda; la obra ha lucido mejor en las paredes descascaradas de mi cuarto, que tras esos paneles de vidrio, que en nada la han protegido de la irreverencia de la masa.
Yo sí comprendo la angustia retratada, los ojos desorbitados, la garganta rugiendo a través del óvalo reseco de los labios, la necesidad de aferrar la cabeza para no perderla…
Y si me acusan de haber lastimado a alguien con mi objetivo, si lamentablemente he debido hacer uso de la fuerza para llevármela, ha sido en legítima defensa, Su Señoría, lo juro, mía y de la obra.
Soy inocente, Su Señoría, un justiciero, un abnegado apóstol del arte.

El jurado regresa de deliberar. Un hombre se pone de pie y lee el veredicto. El juez golpea con su martillo.
Dos guardianes me acompañan hasta las puertas de un edificio. Un individuo de blanco me sonríe. Algo oculta su mano bajo el guardapolvo -¿Una jeringa?-. Avanza hacia mí. Me descompongo. Llevo los brazos hacia el rostro y grito.

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* Skrik: grito (en noruego)