MENCIÓN DE HONOR - 2009

SECONAL
CRISTINA LEVERATTO

Cuento las pastillas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
Me dicen los especialistas que no hay tortura mayor que mantener despierto a un ser humano. Lo vi en películas: interrogatorios crueles con una luz fuerte sobre la cara del presunto criminal para mantenerlo despierto y que confiese.
No es exactamente mi caso. No estoy en manos de ningún torturador ni policía. Pero sufro de insomnio.
Hace un año que me ocurre esto y no le encuentro explicación. Los médicos tampoco. Sólo me recetan somníferos o pautas de conducta para inducir el sueño: acostarse a la misma hora, crear rituales casi obsesivos, alejar la cena de las horas de sueño, más todas las recetas caseras que la familia y los amigos te acercan: tilo, leche tibia, visualización creativa… y hasta un corcho debajo de la almohada.
Nada ha dado resultado. Duermo, apenas dos horas por noche tomando el remedio indicado por el médico, uno de los preparados más fuertes que se pueden dar en estos casos.
En la semana, en la noche del jueves, en esas dos horas tuve una pesadilla.
Tenía todo dispuesto para mi descanso o para mi vigilia, según Dios dispusiera. El frasco de Seconal, la leche con miel, la luz tenue, los dobles cortinados corridos. Y me dormí.
Casi no sueño, o no recuerdo mis sueños. pero esa noche las imágenes oníricas eran tan claras como angustiantes. Mi dormitorio estaba al revés. La cama con las patas apoyadas en el techo, la mesa de luz con medio vaso de leche en la misma situación, pero sin que se volcara el contenido, la silla con la ropa del día acomodada en ella. Y yo dormido, sin que mi cuerpo cayera a pesar de la posición. Desdoblado, me veía en esa situación y quería despertar. Pero no podía. El sueño y la vigilia en el mismo tiempo. En realidad todo era un sueño: una pesadilla que observaba sin poder hacer nada. Cada tanto, los objetos, mi yo dormido inclusive, giraban en espirales y volvían a quedar estáticos. Sólo yo permanecía como espectador de mí mismo, sin que pudiera despertar a mi imagen durmiente.
Desperté de golpe. Todo estaba en su sitio. Como tantas otras veces, miré el reloj y habían pasado apenas dos horas desde que me acostara.
Ahora se sumaba a mi insomnio esta pesadilla. ¿Qué podía significar? Yo quería dormir, pero en ese sueño lo que más deseaba era lo contrario: despertar.
Lo conversé con mi terapeuta. Como es habitual en los psicoanálisis, sólo escuchó mi relato y mi propia interpretación. Está de más que diga lo que pienso: no tengo ninguna interpretación. Sólo el deseo de superar mi problema sumado ahora a esta contradicción onírica…
Siento que ya no puedo recurrir a nadie. Que es mi mente la que está jugando conmigo.

Todavía me quedan suficientes pastillas. Voy a duplicar o triplicar la dosis habitual para ver si en el sueño profundo descubro la clave de mi trastorno.
No cambio la rutina. Sólo preparo tres comprimidos para ingerir con la leche tibia. Sé que esta dosis no será mortal.

Encontré la explicación de mi insomnio y de mis sueños. Pero no me gustó saberlo. Esa noche, cuando con la dosis de Seconal triplicada entré rápidamente en un sueño profundo. De nuevo la espiral, que ahora me llevó a lugares más profundos y oscuros. Cuando se hizo la luz, una luz blanca y fuerte que me encegueció por momentos, allí estaba otra vez yo desdoblado. Pero mi otro yo, el que contemplaba desde mi lucidez y despierto dentro de mi pesadilla, no estaba en el dormitorio invertido. Dormía el sueño eterno, dentro de un féretro…
Yo, vivo, me veía a mí mismo, muerto.
Se repetía la misma historia. Yo quería despertar a ese que también era yo, dormido y esta vez para siempre. Pero una fuerza extraña me alejaba del ataúd. Finalmente, y ante mi impotencia, me desperté.

Ahora, esa fuerza extraña que me alejaba de mi cadáver en el sueño, me lleva hasta la mesa de luz.
Ya estoy con el frasco de Seconal en la mano.
Cuento las pastillas: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis.